El 8 de septiembre de 1855, Yanquetruz y sus hombres invadieron campos y poblados en la zona donde hoy se ubican, entre otras, las ciudades de Juárez, Chillar y Tandil; ante tal situación, el general Hornos, acantonado en Azul, ordenó al teniente coronel Nicanor Otamendi que, con 124 soldados, marchara en auxilio de las poblaciones en peligro. El 12 de septiembre, el escuadrón llegó a la estancia San Antonio de Iraola (actual Partido de Benito Juárez)
Al parecer, tanto Yanquetruz mismo como la indiada en general tenían mucho respeto por el teniente coronel Otamendi y, como se dirigían en esa dirección, le mandó a su lenguaraz (traductor), a los efectos de convencerlo de que lo dejara pasar sin entrar en combate, ya que arreaba, como producto de sus correrías, 20.000 animales robados, amén de algunas cautivas, con el propósito de venderlos en Chile. Otamendi aprisionó al lenguaraz, ante lo cual la indiada, enardecida, se lanzó contra sus tropas.
Al amanecer del 13 de septiembre, y después de algunas escaramuzas, advirtiendo que no sería posible enfrentar a 2.500 indios de lanza en campo abierto, el teniente coronel y sus hombres se abroquelaron en un corral de palo a pique de la estancia mencionada, comenzando un combate desesperado. Otamendi resolvió atacar, abriendo el fuego con un pequeño cañón y disparos de carabinas; a la cabeza de sus soldados fue el primero en cargar contra el enemigo cayendo muerto en la puerta del corral. Los indios echaron pie a tierra y llevaron un ataque formidable con sus lanzas y boleadoras en medio de una gritería infernal, que hizo espantar a la caballada encerrada, lo que motivó que los animales pisotearan a los defensores.
Los soldados, entorpecidos por su propia caballada, resistían el ataque de oleadas de indios, los cuales desmontaban y echaban por delante sus caballerías, para protegerse de las balas de los defensores. Tras más de dos horas de lucha, los pocos soldados de Otamendi que aún se encontraban vivos, incluyendo los heridos, se reunieron en círculo alrededor de su jefe y del glorioso estandarte celeste y blanco, peleando cuerpo a cuerpo y cayendo uno a uno, sin dar ni pedir piedad. Cuando el humo de la pólvora y el polvo de la caballada se disipó, sólo se sintió el grito victorioso de la indiada degollando a los enemigos heridos.
En el lugar, yacían los cuerpos de 124 soldados, así como los de más de 300 indios, amontonados en inmediaciones del corral. Sólo quedaron vivos un corneta de alrededor de 15 años, herido levemente, a quien Yanquetruz llevó a Chile con él, pues le gustaba oír tocar ese instrumento, así como un soldado de apellido Roldán (gravemente herido, con 7 lanzazos en el cuerpo), quien fue encontrado por una patrulla de la división Azul y llevado a esa localidad, donde médicos militares le salvaron la vida.
Aún calientes los cuerpos del teniente coronel Otamendi y sus 124 soldados muertos en combate, el capitanejo Yanquetruz, ebrio de poder y ginebra, se pavoneaba de la victoria en las tolderías del cacique Calfucurá, arengando a la indiada manifestándole que las cautivas cristianas iban a ser entregadas a ese jefe indio, previo sometimiento de las mismas, y que él se iría a Valdivia por el Camino de los Chilenos, a fin de negociar la hacienda robada con comerciantes de ese país, que eran sus únicos amigos.
Fuente y agradecimiento: fuente: www.revisionistas.com.ar

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